sábado, julio 08, 2006

Carta de la Despedida


Me voy de mi congregacion religiosa con la tristeza de saber que en esta comunidad en la que viví tantos años, que me hizo suyo, en la que encontré el amor y cariño, con la que compartimos tantas cosas, ahogó su voz en el miedo.
Ustedes bien saben, porque son mis amigos, que nunca creí que la amistad fuera retórica de las «relaciones sociales», sino la hermandad de la sangre, de una sangre que no deber ser aguada con la futilidad del miedo. Porque si así sucede estarán de más las expresiones, las palabras, las declaraciones y los manifiestos, pues "Ellos", habrán logrado su objetivo: separarnos y hacerse más fuertes en la impunidad que les da el poder que hoy detentan, usufructuando el derecho de los curas sencillos, honestos..
Nunca callé lo que pensaba. Nunca oculté mis convicciones. Ahí están mis escritos, mi obra, para atestiguarlo; ahí están ustedes para desmentirme si así no ha sido. Y lo hice porque consideré que era un deber ineludible, como trabajador y como padre, señalar quienes son nuestros verdaderos enemigos. No soy un idealista, ni un ideólogo, ni un teórico. Soy simplemente un hombre que ha asumido una realidad ; un hombre que no quiere que sus hermanos de congregación , sufran la opresión que hoy padecemos de nuestro superior general.
Hoy, mis queridos amigos, los bárbaros tiemblan porque la comunidad se sacude bajo sus pies y quieren detener su avance apelando a la corrupción y al terror, a la mentira y a la impunidad. Por eso les pido, con todo el respeto que merecen como amigos, que no se dejen avasallar la dignidad de hombres de bien, que no crean en sus falacias, llámense como se llamen, aun aquéllas encubiertas en la máscara del pacifismo. Porque tal pacifismo no existe ni puede existir hasta que sea el Pueblo quien ostente el poder. Porque ellos, los enemigos, tienen el monopolio de la iglesia. Y es violencia las muertes diarias y la explotación de almas; el cierre de las escuelas Talca, San ASntonio, Peumo, ect.; la tortura psicologica sistemática y la traición. Y también es violencia callar, adormecerse en la inmoralidad del silencio.
A Vds. les confieso mi llanto al pie de la distancia; a Vds., que sabrán comprender cuánto los quiero y cuánto es mi dolor por tener que dejarlos, por dejar mi congregación religiosa, por dejar mi casa y a mi ciudad. A Vds., que entenderán que mis lágrimas no son de susto ni de rabia, sino de tristeza por tener que alejarme de todos los que vencieron el miedo, que supieron ser hermanos con la sangre solidaria. A Vds., que serán siempre
Cristo crucificado.

Ruben Sandoval

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